viernes, 6 de diciembre de 2013

el germen

Me quedé encerrada afuera de mi casa. "¿Qué hay por allá, a la vuelta de donde ya no tengo la llave en la cartera?" Hay un cuadrado blanco en esa esquina. Desde acá se parece a un Rubik y desde allá parece blanco, más redondo y más vacío. Vacío, y yo sé muy bien cómo es eso:
hay un borde que se va difuminando en una línea gris, a veces negra, que se va dilatando al ritmo de una pupila estimulada. Va por los dos lados, él y sus puntitos oscuros que tejen un encaje negro sobre los ojos hasta que se hicieron todo el espacio que vemos. Todo se ha oscurecido, todo quedó encajado, todo fue vaciado.
Hay algo más, hay algo más y es un loop de la lista de canciones sensibleras. Una voz, un piano, una historia de "mor" (elijo denominar así a las historias que no merecen llevar la palabra amor y que se acercan un poquito más a lo que es muerte) que se amalgaman en un líquido gelatinoso que se resbala adentro del oído y se absorbe en cada terminal nerviosa de nuestro cuerpo. El efecto es bastante rápido:
el loop de sonidos pasa instantáneamente a contaminarse de imágenes, de dónde estás esquizofrénicos, el bostezo que deja expuesta el alma entre el paladar y la lengua, el trillón de aguijonazos en el cuerpo que primero nos duelen, después nos inflaman y después nos adormecen.





"¡Que pase un minuto, que pasen diez, que pase un beso tuyo a besarme otra vez!" sonaba de fondo. Era una nena cantando mientras jugaba con una soga. Saltaba y la hacía zigzaguear en el suelo mientras repetía divertidísima " ¡viborita, vivorita!". -Y si supiera- pensé antes del

loop.